jueves, 27 de septiembre de 2012

Palabras

Palabras que no valen nada. Palabras que lo significan todo.
Palabras que nunca significan lo mismo para la persona que las pronuncia que para la persona que las recibe.
Palabras que se pierden en el viento. Palabras que se quedan a la mitad. Palabras que mueren en los labios.

Las palabras siempre han sido mi sueño, la expresión más sencilla de lo que tengo dentro. Un sentimiento, o un ideal, son datos abstractos, son intangibles. no puedes mostrar a una persona tu amor, o tu dolor, y pretender que lo entienda. Porque esos sentimientos son propios, de cada uno, y es prácticamente imposible comunicarlo, a pesar de la empatía que tengas con otra persona.

Las palabras si pueden contar gran parte de todo lo que tenemos por dentro. No explicará en su totalidad nuestro interior, pues por eso es nuestro y de nadie más, pero si nos ayudará a expresarnos,a  comunicarnos... y sobre todo, a entendernos a nosotros mismos y suspirar.

Pero a pesar de esto, a pesar de todas las palabras que existen, todas las lenguas, entonaciones, escrituras... no son suficientes. Nunca son suficientes.
Porque muchas veces, las palabras se las lleva el viento.
Y otras veces, el miedo a lo que una palabra puede decir de nosotros, hace que cuando se pronuncie no valga nada. A veces, los sentimientos son como los deseos; si los pronuncias en voz alta, pierden su significado.
Prefiero que las palabras mueran en mis labios y se mantengan en mi corazón. Lo prefiero antes que decirte todo lo que siento por dentro, vaciarme ante ti, y que todo eso se pierda en un mar de significados, miedos, palabras...y viento.

...Aunque tu no lo entiendas, nunca escribo el remite en el sobre...

1 comentario:

  1. Miraba el cristal como pizarra en la que se dibuja el pensamiento. Llegaría a la estación a las 11:40, pasaría por la pastelería “La Moderna” donde hacen esas ensaimadas de crema que tanto te gustan y mi dedo brincaría por el telefonillo para saludar del verbo saludarbesarfollar.
    “Sube”. Dos pisos y A la derecha. La puerta semiabierta, abierta del todo para verte en el sofá mirando el cenicero. “Mi abuela ha muerto”. Las ensaimadas se quedan haciendo compañía al cenicero para que mis brazos te rodeen diciendo lo que mis labios no saben decir. “Le gustaba despertarme con una pluma rozando los dedos de los pies”. Hablas sin mirarme, como un oráculo, pero sin profecías, sólo con goteos de morfina memorística.
    Ya ha anochecido y te has quedado dormida. La sequedad de tus pupilas exigía un descanso. Me levanto sin despertarte y salgo al balcón a pensar/mirar. A los veinte minutos, como si notases mi falta te presentas a mi lado. “¿Cuánto tiempo llevo dormida?”. “Un par de horas”. Silencio pequeño y profundo como cuando inhalas despacio y hasta el final del estomago. Nos miramos con una sonrisa sencilla que dice demasiado. “Tengo un poco de hambre”. Te levantas y vuelves con las ensaimadas. Te tumbas sobre mí, mientras abres el paquete. Arrancas un pedazo y lo muerdes. De nuevo pierdes la mirada en el horizonte con la boca llena de azúcar glasé y masticando lentamente, casi rumiando inconscientemente. Terminas el pedazo y suspiras. Giras la cabeza, me miras, me besas, “Te quiero”.

    (La empatía es aparentemente sencilla. Pero como todo, sencilla hasta cierto punto. Sólo se puede empatizar de verdad con alguien por el que se siente. Si no la empatía es un trabajo compasivo. Todos podemos ser empáticos en algún momento dado con alguien, pero desarrollarla con gusto por un individuo concreto hasta el punto de sacrificar tus intereses más egoístas es donde se valora una relación como profunda.)

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